Por Koly Bader
“Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convirtieron en veneno.
Potosí, Zacatecas y Oruro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago Maracaibo tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes -dominantes hacia dentro, dominadas desde fuera- es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida de bestias de carga”.
Este párrafo de Eduardo Galeano en sus Venas Abiertas de America Latina parece describir por extensión la realidad de la minería de hoy y particularmente de la minería de la cual es responsable parcialmente la Universidad Nacional de Tucumán. Ya duele que el hombre, cualquier hombre, sea lobo del hombre. Pero mucho mas duele cuando es la academia la que se transforma en voraz devoradora de pueblos y culturas en nombre de la ciencia. Cuando los zorros colorados deambulan pelados por los valles calchaquíes y los lugareños proyectan su pobreza hacia las generaciones venideras a cambio de algunas cuentas de colores que son, por añadidura, cuentas para otros, tenemos el derecho a pensar que la universidad no es sino una versión más de la maldición de Malinche. “Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero, y les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio y damos nuestra riqueza por sus espejos con brillo”.
Nadie ignora ya que si las guerras tuvieron hasta hoy olor a petróleo, las que se aproximan lo serán por el agua. Y unas cuantas onzas de oro nos cuestan cientos de miles de litros del precioso líquido que se acumula irremplazable en el acuífero Campo del Arenal que explota irracionalmente la minera. Es cierto que las leyes de la minería expoliadora las hizo el menemismo, pero no es menos cierto que son radicales los que conducen y condujeron la Universidad de Tucumán desde siempre. Ese, y no otro es el verdadero fin de las ideologías. Son como Malinche, la hija de un cacique mexicano entregada a Cortés como esclava. Ella hablaba la lengua nahuatl, de los aztecas, y la maya. Entre los españoles había un sacerdote que había vivido algunos años con un pueblo de lengua maya. Malinche traducía de la lengua azteca a la maya y luego el sacerdote traducía del maya al español. La colaboración de Malinche con los conquistadores de su pueblo dio lugar a la leyenda conocida como La maldición de Malinche
Proxenetas de la desdicha, al decir de Galeano. Se regodean en sus internas para dirigir la universidad y si pierden reciben, en la dirección del YMAD, el premio, “hipócrita que te muestras humilde ante el extranjero pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo”.
http://www.elperiodico.com.ar/verarticulo.php?id=86418532&fecha_edicion=15/08/2009
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